¿De qué sirve conocer que en los próximos años aumentarán las tormentas y el granizo, desaparecerán los cultivos de trigo o maíz, crecerán el Chagas, el dengue y la malaria, se multiplicarán los casos de cáncer de piel en el Sur o migrarán los peces característicos de nuestras aguas si no se toman medidas para minimizar sus efectos y aumentar nuestra capacidad de adaptación al cambio climático?
Esa fue la pregunta que quedó ayer en el aire de la sala del Centro de Información de la ONU para la Argentina y Uruguay, donde científicos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) presentaron el diagnóstico de situación para nuestro país para los próximos 93 años, según consta en el informe del Grupo de Trabajo II del IPCC aprobado en Bruselas el viernes último.
"Hoy, a la Argentina no se le está dando mucha importancia en el mundo desarrollado por su falta de previsión en el ordenamiento territorial. No disponemos de información [de estudios progresivos de seguimiento climático e hidrológico] y no sabemos siquiera, por ejemplo, dónde se sembrará mañana, y si queremos defender la capacidad de producción ya deberíamos estar pensando adónde trasladaremos los cultivos que afectará el aumento de la temperatura", señaló el doctor Osvaldo Canziani, copresidente del grupo de Trabajo II del IPCC que estudia los efectos, la vulnerabilidad y la adaptación del planeta al cambio climático.
Y agregó: "Es un problema de planificación, y lamentablemente, como en el resto de la región, no tenemos planes a mediano ni a largo plazo para enfrentar los efectos del cambio climático. Medir lo que está ocurriendo es responsabilidad de cada país y nuestros gobiernos no lo están haciendo".
Pero ¿qué es lo que el aumento de las temperaturas de hasta 1,2°C en 2020 y de hasta 4,5°C en 2080 puede provocar en la Argentina durante este siglo? La lista incluye: lluvias, tormentas y granizos intermitentes y erráticos en todo el país; tornados desde Santa Rosa, La Pampa, hacia el Norte; alteración del área del Río de la Plata y el Delta por inundaciones, cambios del nivel del mar, ingreso de agua salina al suelo y aumento de las tormentas; reducción de la producción de energía hidroeléctrica por falta de agua en la zona de Cuyo, el Noroeste y una parte de la Patagonia.
"Aunque no es inmediato, porque para 2020 se prevé que primero desaparezcan los pequeños glaciares tropicales y en la Argentina no faltará el agua durante la primera mitad del siglo, a partir de 2050 debería comenzar a preocuparse", indicó la doctora Graciela Magrín, coordinadora del Capítulo 13 del IPCC sobre América latina.
Infecciones
Se expandirán las zonas de contagio de enfermedades infecciosas transmitidas por vectores, como la malaria, el dengue y el Chagas, además de enfermedades emergentes. En el Sur, habrá más casos de cáncer de piel y problemas respiratorios infantiles si sigue disminuyendo el ozono, que protege al planeta de los rayos solares nocivos.
Por otro lado, en el Gran Chaco se agudizará la degradación del suelo, que es especialmente frágil ante el avance de la desertización y la salinización, es decir, la acumulación excesiva de las sales del agua.
Esto es especialmente preocupante para las zonas de producción agrícola y ganadera, ya que afecta a los cultivos, reduce la calidad del suelo y limita los usos potenciales de las aguas subterráneas. Según Magrín, en el 50% de las tierras áridas y semiáridas de América latina aumentarán la desertización y la salinización.
Pero si se toman las medidas adecuadas para aprovecharlo sin excesos los cambios del clima beneficiarían a la producción de soja, un cultivo capaz de tolerar un aumento de las temperaturas ambiente de hasta 3°C.
En cambio, el futuro del trigo, el maíz y el girasol para la próxima mitad de siglo es menos promisorio, ya que bastan apenas 1 a 1,5°C más de la temperatura, lo que se espera que ocurra antes de 2020, "para que desaparezcan", coincidieron los expertos.
Se prevé que para ese año "la superficie de cultivo de soja en el sudeste de América del Sur aumente 18 millones de hectáreas -precisó Magrín, del Instituto de Clima y Agua del INTA-. Esto quiere decir que podría ingresar más tierra al cultivo de soja o que muchos de los que están deforestando seguirán haciéndolo para pasar a la soja".
Sin embargo, el monocultivo termina por acelerar la degradación del suelo. Según Canziani, la solución es relocalizar los cultivos y los peces en riesgo en zonas más frescas. Se estima que el corto plazo el maíz puede perder un 14% de productividad, mientras que la cebada, el trigo y la avena, un 10 por ciento. El arroz y el azúcar seguirían el mismo camino.
"Para reducir estos efectos hay que hacer un estudio del suelo y un relevamiento total del ordenamiento territorial, que incluya la evaluación de los recursos naturales, el clima y los ríos. No sirve de nada realizar las mediciones desde el espacio -dijo Canziani-. Un radar o un satélite sin pie en el suelo no sirven para obtener los datos que necesita la Argentina para los próximos años."
Carencias
Entre las principales carencias de los países de América latina están la ausencia de estrategias de protección de los ecosistemas naturales y de evaluaciones de riesgo por falta de información y la puesta en marcha de un sistema de adaptación efectivo, según coincidieron los expertos.
"La Argentina pierde decenas de becas de formación superior por falta de una política nacional de desarrollo. Investigadores trajimos al país medidores de acidez de lluvia que nunca se usaron, que es un problema crítico en los países en desarrollo -dijo Canziani, tras aclarar que esto no lo señalaba en nombre del IPCC-. Desperdiciamos la ayuda que nos brindan otros países, que siguen insistiendo porque están preocupados por la falta de información disponible."
Según el geólogo Jorge Codignotto, autor del Capítulo 13 del IPCC, que estudia el efecto del calentamiento global en las costas, las predicciones indican que en 2025 el 85% de la población argentina se concentrará en las zonas costeras. "Esto no se puede detener, pero sí se pueden tomar medidas adecuadas, como no hacer ciertas obras edilicias -comentó-. En las ciudades marítimas son frecuentes las calles perpendiculares a la costa. Cuando llueve y hay sudestada, hacen que el flujo pluvial no vuelva a la arena para evitar la erosión de la costa, sino que termina en el mar."
Pero no todo está perdido. La buena noticia es que somos una población con alta capacidad de adaptación, según un estudio dirigido por Canziani en cámaras termodinámicas de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires. "Nuestra alimentación y el entorno nos favorecen", finalizó.
Por Fabiola Czubaj
De la Redacción de LA NACION
Fuente Original
http://www.lanacion.com.ar/cienciasalud/nota.asp?nota_id=899040&origen=premium
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